lunes, 9 de mayo de 2011

Asesinato en la niebla (3). Por Héctor Castro Ariño

La conversación se fue animando. Parece que la presencia del famoso policía ya no impresionaba a los vecinos, y eso que tan solo habían pasado unas cuantas horas desde que había llegado al pueblo. Poco a poco se fue haciendo la hora de comer y la gente fue despejando el local y se fue a su casa. El inspector comió en el hostal. Después de comer vio un ratito la tele, el tiempo justo del telediario y, al acabar, se fue a hacer un ratito de siesta. La siesta era una costumbre sagrada para Ramón Frago, una costumbre que había heredado desde su infancia en La Litera.

Eran las cinco de la tarde cuando Frago salía del hostal. Al ser pleno invierno el día era muy corto, por lo que no le quedaba mucho rato de luz. Frago volvió al pantano y siguió husmeando por allí. Continuaban esas huellas profundas que horas antes había visto. Las volvió a examinar y llegó a la conclusión de que las pisadas tenían que ser de esa misma madrugada porque había nevado toda la noche pasada hasta los primeros claros del día, por lo que si las pisadas fuesen anteriores la nieve las habría borrado. También los dos rastros alargados tenían que ser de la pasada madrugada por la misma razón. Frago era apodado “El Sabueso” por parte de sus compañeros. No hace falta aclarar el porqué de este mote. Observando atentamente y buscando el más mínimo indicio de algo vio una cosa que brillaba semienterrada por la nieve en una de las líneas que acababan en el pantano. Se acercó y cogió un trozo de papel brillante. Había una dirección. Estaba escrita con lápiz y se leía muy mal. El oficial se la apuntó en su agenda y se guardó el papelito. La dirección hacía referencia a la ciudad de Barbastro. Siguió examinando las pisadas y los rastros y comprobó que las marcas pertenecían a dos personas, posiblemente hombres, por el tamaño de las mismas. Eran pisadas de botas o similares. Después, siguiendo y observando cuidadosamente los dos rastros de línea que llegabal al agua, pudo percatarse de que había una astillita de color azul enganchada en una piedra. Posiblemente, al arrastrar lo que fuera –Frago tenía claro que allí habían arrastrado dos barcas- habían rascado en la piedra y un trocito de madera se había soltado. El famoso policía sacó su pipa, la encendió y, entre calada y calada, reflexionaba tranquilamente. ¿Por qué habían vuelto al lugar del crimen? Y, realmente, ¿era aquello el lugar del asesinato? A la mañana siguiente iría a hacer una visita a la dirección que había encontrado. Eran ya casi las siete de la tarde cuando Frago se encaminó hacia el pueblo. Una espesa niebla volvía a bajar y no se veía nada. El inspector Frago estaba cansado del viaje de la noche pasada, así que comió algo y se fue a dormir. Al día siguiente tenía que madrugar y hacer muchas cosas.

El autobús que bajaba a Barbastro salía a las ocho y media de la mañana. Allí estaba nuestro hombre esperando el coche de línea. A las nueve y media estaba ya en Barbastro. Se encaminó hacia la dirección que ponía en el papelito que había encontrado. Le indicaron hacia el polígono industrial de la ciudad. Brabastro era una ciudad pequeña o un pueblo grande, depende como se mire. Había crecido mucho en los últimos años. Tendría entre unos veinte y unos veinticinco mil habitantes. Hacía más bueno que en La Litera, aunque el frío calaba hondo. Frago llegó a la dirección que indicaba el papelito. Era una empresa de construcción de tubos de hormigón. Era una fábrica pequeña, con pocos trabajadores. El director de la fábrica lo reconoció en seguida. Barbastro ya era una población importante. Frago pudo hablar con todos y cada uno de los empleados, ese día estaban todos. No sacó nada enclaro ni nada que pudiera relacionar con el asunto que a él le ocupaba. Después de comer cogió otro autobús pero, esta vez, con destino a Huesca. Allí se tenía que ver con el forense que había hecho la autopsia al cadáver de Paco Salat.

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